EN EL ZOO CON LAS CABRAS Y CABRITOS
Hace poquito estuvimos en el zoo y me quede muy sorprendida al llegar a la zona de las cabras y cabritos.
Me sentí reflejada en esa cabra que huía de su pobre cabrito, intentando quitárselo de encima para que la dejara tranquila un rato.
El cabrito no desistía ni un solo minuto de su misión: conseguir engancharse a la teta de su mama.
Era todo un espectáculo, me tire como quince o veinte minutos observando la carrera; la mamá corriendo, el cabrito detrás, cuando conseguía engancharle la teta, ella se lo quitaba de encima con una pata, y vuelta a empezar… y yo pensaba: bueno, lo mismo se cansa y se pone a hacer otra cosa, pero más lejos de eso, seguía y seguía fielmente a su madre.
Que ternura tan grande sentí; me sentí muy identificada con ella, con su necesidad de espacio, de estar un rato sin dar el pecho, de no tener a su hijo todo el rato pegado a ella; y por otro lado, pensé en ese cabrito y en mi hija, que no desiste cuando quiere teta, que lucha por conseguirla aunque yo le diga que ahora no, que me deje un rato tranquila.
Pensé en que lo único que tienen estos pequeños es a sus padres y, especialmente, durante la lactancia a su madre, que les da alimento, consuelo, afecto, a través de su pecho, y que aunque nos agobiamos porque somos personas, son lo más bonito que tenemos en nuestras vidas, y que le daría la teta sin dudarlo siempre que me lo pidiera, porque si es lo que necesita de mí, no seré yo quien se lo niegue.
Es mi regalo, es mi muestra de amor infinito hacia ella, es mi manera de amarla cada día y cada noche. Es nuestro momento, en el que solo las dos comprendemos el lazo tan grande que nos une.
En ese zoo comprendí que la naturaleza es sabia y que los animales no son tan diferentes de los humanos.
Ellos no leen libros, ni ven televisión, ni escuchan consejos, ellos siguen su instinto, y les va muy bien así.
Con cariño Madam con leche.
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